Para el que no viva en este mundo: Barack Hussein Obama ha tomado posesión esta tarde de la presidencia de los Estados Unidos de América.

La ceremonia supongo que habrá seguido los cánones esperados y la emotividad habrá corrido por las mejillas de cientos de miles de ciudadanos. No es para menos. Al fin y al cabo, por poco que nos interese este «exotismo histórico», y a pesar de que nos pille a unas pocas horas de vuelo de distancia, no deja de ser un acontecimiento significativo.

He de confesar que formo parte del grupo de descreídos que opinan que Estados Unidos poco o nada tienen que ofrecer culturalmente hablando. Efectos secundarios de haber nacido en el Viejo (y decadente) Continente. Sin embargo, hay dos cosas que envidio al pueblo de las hamburguesas: su himno y el sentimiento nacional que despierta en la masa.

La historia del susodicho no tiene nada que ver con lo que se espera de este tipo de composiciones. La letra original es un poema del aficionado Francis Scott Key, quien, de no ser por esta composición, se hubiese hundido en la miseria del anonimato. Corría el año 1814 cuando los Estados Unidos estaban en guerra contra el Imperio Británico. En una de estas, a Key, abogado de profesión, le tocó acompañar con una banderita blanca a un encargado de intercambio de prisioneros. Debido a la indiscreción de los británicos, se enteraron de que éstos planeaban atacar el Fuerte McHenry. Los enemigos intentaron salvar el asunto arrestando a los misioneros el tiempo que durase la contienda, por aquello de que no fuesen con el chisme y les fastidiasen la fiesta. Desde su celda y el tiempo que duraron los destellos de las bombas en la noche, Key pudo divisar la bandera estrellada ondeando en el fuerte de sus compatriotas. Sin embargo, con el cese del bombardeo todo quedó a oscuras y el malogrado protagonista no consiguió averiguar hasta el amanecer el resultado de la contienda. Obviamente, y como sucedería en cualquier mal guión de americanada de Jólibu, la bandera seguía allí para regocijo e inspiración de Key, quien en días sucesivos escribió un poema más que emotivo sobre los acontecimientos.
En cuanto a la parte instrumental, no es menos curioso que el autor escribiese sus versos para que encajasen en la tonada de una canción popular británica. Dicha canción era el himno de una sociedad de músicos aficionados llamada Anacreontic Society, además de ser una canción de borrachos o en elogio de la bebida.
Posteriormente se difundió a lo largo y ancho del territorio estadounidense la nueva letra, con gran aceptación, siendo constituida como himno de la armada naval en 1889 y finalmente como himno nacional en 1916.

Esta es la historia de cómo un hecho anecdótico puede convertirse en uno de los himnos más sentidos de la historia.




En 1996 un grupo de inmigrantes llevaron a cabo una adaptación al español, que bajo mi humilde opinión desmerece por completo la emotividad de la versión original. Para el que no entienda inglés, esta es mi traducción más o menos literal del fragmento que actualmente se canta:

Oh, dime, ¿puedes ver en la luz temprana del amanecer
lo que tan orgullosamente saludamos en el último destello del crepúsculo,
cuyas amplias barras y brillantes estrellas, que a lo largo de la peligrosa lucha
sobre la fortaleza vigilamos, ondeaban tan gallardas?
Y el rojo fulgor de los cohetes, las bombas que estallaban en el aire,
dieron prueba durante la noche de que nuestra bandera permanecía allí.
Oh, dime, ¿ondea aún esa bandera estrellada
sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica entrada. Una bonita labor de investigación. Me ha encantado.